domingo, 10 de diciembre de 2006

OÍDOS SENSIBLES

Por la RR.PP. Sonia Reggi / RRPP - IMT.

Me acuerdo del viejo dicho, no se puede chiflar y comer gofio, ahora con un poco más de tiempo, lejos de los ruidos de la radio, estoy asimilando la difícil tarea de los comunicadores orales en vivo, que no pueden hablar y escuchar con atención la emisión que están efectuando.

Cuando digo escuchar con atención, refiero al análisis y a la autocrítica que debemos tener, pero especialmente ocupar el lugar del oyente.

Cada uno de nosotros marcamos un perfil diferente, por nuestra personalidad, por nuestra cultura, por nuestra propia responsabilidad, por nuestra formación y podría extenderme en muchos conceptos que derivan de un carisma propio de cada individuo.

Cuando transmitimos al aire nuestra forma de ser, no sabemos como estamos impactando en el otro, que presta sus oídos a escuchar los mensajes emitidos. Hoy fuera del ámbito radial y en contacto con la gente me he dado cuenta de varios aspectos que pueden marcar profundamente al oyente.

Mientras hacía la tarea no sabía que alguien triste esperaba ansiosamente que en algún momento se deslizara una risa natural y fuerte, para contagiarse de optimismo.

No podía imaginar que algún chico de escuela, algún docente y algunos padres estarían pendientes de los datos fundamentales para su tarea domiciliaria o su aporte a la planificación de las jornadas en el aula.

No podía suponer que en la imaginación de la gente, la figura creada por la voz, era otra totalmente diferente, a la figura que nos muestra el espejo todos los días.

Nunca creí que para los oyentes, somos parte de su propiedad y que nos toman como un objeto propio dentro de su hogar y dentro de sus rutinas.

No pensé que la voz tenga la fuerza suficiente para dar confianza, estimulo, seguridad, sentimientos, sensaciones de frío o calor, sabores, solidaridad, motivación, contagio de acciones, liderazgo y más que nada compañía, a ese otro que esta escuchando el receptor.

Tampoco podía suponer, que está prohibido estar triste y transmitirlo o preocupado y manifestarlo, prohibido ser tan humanamente naturales porque el que nos recibe quiere que seamos el modelo y el ideal, porque nos necesitan para continuar con la jornada.

Tampoco creí, que cuando algún dolor nos transforma, como la pérdida de alguien querido o circunstancias de la vida un tanto injustas, nos hacen tambalear y nos mareamos en las emociones hasta con lágrimas, alguien del otro lado también llora, contagiado de los mismos sentimientos y sensaciones.

Yo pensé que la familia es la nuestra y muy propia; pero me equivoqué, la familia es muy grande, no se sabe el número de integrantes, no se sabe cuál es la casa en que viven, que país, que ciudad, que rincón rural, si es atea, religiosa, de color, política o no , si es de jóvenes o de adultos, si son ricos o pobres, si los integrantes de la misma son analfabetos o cultos, si son trabajadores o desocupados y marginados, no se cuál es la familia que se ha formado, no lo sé.

Por eso lo del principio, no se puede chiflar y comer gofio a la vez. Si eso fuera posible tendríamos que valorar y fomentar con responsabilidad y criterio nuestro mensaje, creciendo, capacitándonos, estudiando otras culturas, informándonos, queriendo, siendo reales, éticos, sensibles, humanos, formadores del capital social que queremos para nosotros y para esa familia que no conocemos pero que nos tienen permanentemente en el lugar de privilegio, en sus oídos.

Las mujeres somos sensibles y vemos las cosas de otra manera según dicen los críticos. En este mundo de las comunicaciones debemos estar iguales, hombres y mujeres, con criterio propio y un estilo particular pero con un solo objetivo, informar con responsabilidad porque la familia que nos escucha es heterogénea y tiene oídos sensibles.

Gracias por haber leído estas líneas… Gracias por extrañarme. Seguirán siendo mi familia anónima, pero siempre en mis sentimientos.

No hay comentarios.: