Para comprender el cometido que ha asumido el Círculo de Periodistas de Tacuarembó, recordemos que, a partir de un interés colectivo generado en un grupo de comunicadores está ocurriendo hoy la gestación de un sentimiento nuevo: es el sentido de unidad, que se configura por la evidencia de su intención, un sentimiento de familia.
Los antiguos sabios griegos al exigir de cada individuo el conocimiento de sí mismo, al demandarles –conócete a ti mismo-, querían significar que la máxima es el axioma que obliga al hombre a cumplir su destino, y en estos azarosos tiempos nuestros, ese ejercicio de autocrítica nos ha llevado a reconocer que lo individual cuenta en lo que podamos aportar a la consolidación de un colectivo que nos una, nos iguale y nos valorice.
Racionalmente entendemos que este concepto de unidad y familia trasciende los tiempos haciendo que ayer, hoy y mañana, confluyan en un ámbito especial de la memoria y el espíritu.
Ese sentimiento nos mueve hoy a reconocer a nuestros antecesores, a expresarles nuestra gratitud y a tributarles el sincero homenaje del recuerdo.
Sabemos que podemos incurrir en la fatalidad de la omisión, pues en este quehacer estamos ensayando los primeros pasos de buscar y conocer nuestros orígenes; habrán involuntarias omisiones, para las que rogamos la indulgencia de todos.
A todos, sin excepción, dedicamos estas palabras de emoción. Definimos el momento con el pensamiento de dos insignes pensadores americanos: Manuel Acuña, poeta mejicano, quien despidiendo a un colega, decía: -pero no, tu misión no está acabada- que ni es la nada el punto en que nacemos- ni el punto en que morimos es la nada-. Círculo es la existencia, y mal hacemos cuando al querer medirla le asignamos –la cuna y el sepulcro por extremos-.
Nuestro José Enrique Rodó también refiriéndose a la muerte de un amigo indicaba: “es condición peculiar de la muerte de estos hombres que en la impresión que nos causa, se mezclen paradójicamente la sensación de una ausencia irreparable y la de una presencia persistente y triunfal, que la muerte no es capaz de aventar con sus alas de sombra”.
Viendo el afecto y la nitidez del recuerdo y la memoria que de ellos tenemos, podemos decir: “todavía están aquí”, triunfal porque han trascendido y son referencia en un plano espiritual, donde el cariño de la gente mantiene viva la llama del recuerdo.
¡Todos están aquí!, por la segura permanencia de sus rasgos particulares en lo conciente de cada uno de los que tuvimos el privilegio de nutrirnos con su amistad o la simple relación, de su sabiduría, de su clara orientación. Están aún, porque dejaron su impronta en el cumplimiento de su vocación de servicio, en el apostolado de la entrega diaria de su cuota de honesto sacrificio en beneficio de su comunidad.
¡Aún están!, por lo que de orientadores tuvieron para afirmar las débiles alas de los que emprendían ayer un incierto vuelo, hacia un ideal que como el horizonte se nos aleja a medida que avanzamos.
¡Y todavía están!, porque en la terquedad de sus empeños nos trasmitieron la firme decisión de perseverar. ¡Y estarán siempre!, porque de alguna forma hemos creído darnos cuenta, y al fin lo hicimos, que superamos la condición de simples compañeros de viaje de un mismo tiempo y barco, para integrar una familia identificada en la plenitud de una idea que deja indeleble huella en la comunidad.
En el reconocimiento y valoración de la positiva energía que nos brindaron estos mayúsculos antecesores, que ahora obedeciendo la ley de la energía, nos retorna transformada en evolución y madurez, impulsándonos a la lógica y necesaria autocrítica, de la cual surge la comprensión de ver llegada la hora, de prescindir de nuestras personales inmersiones, y contemplarnos en función de nosotros y los otros, y con los otros, y al asumirlo, comprendimos la magnitud de la misión que cumplieron estos seres queridos que hoy reverenciamos con el sincero y sencillo homenaje del recuerdo, quienes fueron a la par de nobles espíritus humanos, embajadores de la causa de la amistad, la lealtad, el compañerismo y de un estricto sentido de responsabilidad profesional, respeto por sí mismos, para así reflejar en el prójimo la pureza del concepto.
Salvo raras excepciones, teníamos en esto una materia pendiente, y aunque nos pareciera la resignación de un sentimiento, cedíamos tácitamente el espacio a favor de los planos íntimos de cada uno.
Hoy reclamamos la dignidad de reconocernos como familia, y como tal, quienes vamos andando, lo hacemos guiados por el aura de aquellos, que tanto en sus aciertos como involuntarios yerros, nos legaron el capital de su experiencia, para que hoy podamos asegurar el rumbo.
En honor de esa noble entrega y en el supremo nombre de la amistad que compartimos, les damos gracias, les aseguramos nuestro recuerdo permanente, y en fervorosa oración, rogamos a Dios por el eterno descanso de sus almas.
Los antiguos sabios griegos al exigir de cada individuo el conocimiento de sí mismo, al demandarles –conócete a ti mismo-, querían significar que la máxima es el axioma que obliga al hombre a cumplir su destino, y en estos azarosos tiempos nuestros, ese ejercicio de autocrítica nos ha llevado a reconocer que lo individual cuenta en lo que podamos aportar a la consolidación de un colectivo que nos una, nos iguale y nos valorice.
Racionalmente entendemos que este concepto de unidad y familia trasciende los tiempos haciendo que ayer, hoy y mañana, confluyan en un ámbito especial de la memoria y el espíritu.
Ese sentimiento nos mueve hoy a reconocer a nuestros antecesores, a expresarles nuestra gratitud y a tributarles el sincero homenaje del recuerdo.
Sabemos que podemos incurrir en la fatalidad de la omisión, pues en este quehacer estamos ensayando los primeros pasos de buscar y conocer nuestros orígenes; habrán involuntarias omisiones, para las que rogamos la indulgencia de todos.
A todos, sin excepción, dedicamos estas palabras de emoción. Definimos el momento con el pensamiento de dos insignes pensadores americanos: Manuel Acuña, poeta mejicano, quien despidiendo a un colega, decía: -pero no, tu misión no está acabada- que ni es la nada el punto en que nacemos- ni el punto en que morimos es la nada-. Círculo es la existencia, y mal hacemos cuando al querer medirla le asignamos –la cuna y el sepulcro por extremos-.
Nuestro José Enrique Rodó también refiriéndose a la muerte de un amigo indicaba: “es condición peculiar de la muerte de estos hombres que en la impresión que nos causa, se mezclen paradójicamente la sensación de una ausencia irreparable y la de una presencia persistente y triunfal, que la muerte no es capaz de aventar con sus alas de sombra”.
Viendo el afecto y la nitidez del recuerdo y la memoria que de ellos tenemos, podemos decir: “todavía están aquí”, triunfal porque han trascendido y son referencia en un plano espiritual, donde el cariño de la gente mantiene viva la llama del recuerdo.
¡Todos están aquí!, por la segura permanencia de sus rasgos particulares en lo conciente de cada uno de los que tuvimos el privilegio de nutrirnos con su amistad o la simple relación, de su sabiduría, de su clara orientación. Están aún, porque dejaron su impronta en el cumplimiento de su vocación de servicio, en el apostolado de la entrega diaria de su cuota de honesto sacrificio en beneficio de su comunidad.
¡Aún están!, por lo que de orientadores tuvieron para afirmar las débiles alas de los que emprendían ayer un incierto vuelo, hacia un ideal que como el horizonte se nos aleja a medida que avanzamos.
¡Y todavía están!, porque en la terquedad de sus empeños nos trasmitieron la firme decisión de perseverar. ¡Y estarán siempre!, porque de alguna forma hemos creído darnos cuenta, y al fin lo hicimos, que superamos la condición de simples compañeros de viaje de un mismo tiempo y barco, para integrar una familia identificada en la plenitud de una idea que deja indeleble huella en la comunidad.
En el reconocimiento y valoración de la positiva energía que nos brindaron estos mayúsculos antecesores, que ahora obedeciendo la ley de la energía, nos retorna transformada en evolución y madurez, impulsándonos a la lógica y necesaria autocrítica, de la cual surge la comprensión de ver llegada la hora, de prescindir de nuestras personales inmersiones, y contemplarnos en función de nosotros y los otros, y con los otros, y al asumirlo, comprendimos la magnitud de la misión que cumplieron estos seres queridos que hoy reverenciamos con el sincero y sencillo homenaje del recuerdo, quienes fueron a la par de nobles espíritus humanos, embajadores de la causa de la amistad, la lealtad, el compañerismo y de un estricto sentido de responsabilidad profesional, respeto por sí mismos, para así reflejar en el prójimo la pureza del concepto.
Salvo raras excepciones, teníamos en esto una materia pendiente, y aunque nos pareciera la resignación de un sentimiento, cedíamos tácitamente el espacio a favor de los planos íntimos de cada uno.
Hoy reclamamos la dignidad de reconocernos como familia, y como tal, quienes vamos andando, lo hacemos guiados por el aura de aquellos, que tanto en sus aciertos como involuntarios yerros, nos legaron el capital de su experiencia, para que hoy podamos asegurar el rumbo.
En honor de esa noble entrega y en el supremo nombre de la amistad que compartimos, les damos gracias, les aseguramos nuestro recuerdo permanente, y en fervorosa oración, rogamos a Dios por el eterno descanso de sus almas.
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